David Walters | ¡Presenta Nocturne, su nuevo álbum!
Acompañado por Vincent Segal (violonchelo), Ballaké Sissoko (kora) y por Roger Raspail (percusiones), David Walters presenta la secuela de su álbum Soleil Kréyol, titulado Nocturne, una especie de meditación en blanco y negro que cuenta una historia llena de melancolía.
Los orígenes
La idea de reunir a Vincent Segal, a Ballaké Sissoko y al percusionista de Guadalupe, Roger Raspail, había germinado en la mente de David Walters hace mucho tiempo. Entre sus sesiones de música se decidió por llamar a sus amigos, incluido Vincent Segal, su propio “mentor”. Durante los llamados David le confesó su sueño: “Ya sabes Vincent, algún día me gustaría hacer un álbum contigo que sea espontáneo, crudo, no demasiado producido. Y que Ballaké estuviera en él”. Se refiere a la música de cámara de Segal y Sissoko, música que lo calma como las “Nocturnes” de Chopin y el dúo Ali Farka Touré/Toumani Diabaté. A lo que Vincent responde: “Por supuesto, hagámoslo y sumemos a Roger Raspail”. Un verdadero maestro de percusión como él es una señal para Walters. Y tras unas pocas llamadas se organizó la primera sesión de grabación.
Para David Walters la presión aumenta. Tiene que componer nuevas canciones asi que se va a aislar durante diez días en una cabaña cerca del océano. Escribe sus canciones en estado meditativo, inspirado por las olas y la inmensidad del mar. En lo más profundo del ritmo rinde homenaje a Manu Dibango, en “Papa Kossa”, cita la máxima de Fela Kuti “La música es el arma” en “Liberty” y habla del barco que alquila todos los veranos en “Carioca”.
Y luego llegan los tres días de grabación. Roger Raspail escucha algunas composiciones de antemano mientras que Ballaké prefiere sorprenderse en el momento. Por su parte, Vincent tiene su regla: “Grabar sin clics, sin auriculares y sin electrónica”, ¡qué desafío! “Al estar en un ambiente tan íntimo como el de una fogata, estábamos sentados uno al lado del otro y se sentía una armonía increíble”, explica David. Vincent Segal habla de las “sesiones de jazz” como si fueran un milagro, un “uno contra uno” que no se puede replicar: una instantánea única. Y Ballaké se adapta a él, desplegando sus notas como en el silencio del viento. Todo el mundo juega tranquilamente, sin exaltarse, mirándose.
“Una malange de modestia, tristeza y esperanza. Un misterio compartido. Una alegría interior, el fuego sagrado”.